En primer lugar, hablare de Ignác Fülöp Semmelweis, (nació el 1 de julio de 1818 y falleció el 13 de agosto de 1865) fue un médico húngaro de origen alemán que consiguió disminuir drásticamente la tasa de mortalidad en un 70 % por sepsis puerperal (una forma de fiebre puerperal) entre las mujeres que daban a luz en su hospital. Actualmente es considerado una de las figuras médicas pioneras en antisepsia y prevención de la infección nosocomial o iatrogenia.
Al poco tiempo de empezar a trabajar en la Maternidad de Viena, Semmelweis comienza a observar con preocupación la alta tasa de mortalidad entre las parturientas, entre fuertes dolores, fiebre alta y una intensa fetidez.Este dudo de los estudiantes de medicina que realizaban sus practicas en esa sección, se redujo a la mitad de el número de estudiantes y se restringió al mínimo el número de mujeres que ellos reconocían. La mortalidad no dismunuyó. Por lo cual se rechazó esa sospecha. Descubrir la causa de las fiebres se convirtió en una obsesión para él.
Semmelweis se dio cuenta que estas fiebres eran transmitidas por los propios médicos, que atendían a las parturientas justo después de haber estado en la sala de cadáveres (asistiendo a clases de disección) sin siquiera lavarse las manos. De esta forma, los médicos portaban algún tipo de infección de una sala a otra. solicitó un permiso en el hospital para que, simplemente, se instalaran unos lavabos y todos los profesionales que atendieran a las parturientas se lavaran antes las manos con agua y jabón o en una solución con agua de cloro y desinfectante. Algo tan sencillo evitaría la muerte de muchas madres. Pero su descubrimiento chocó con los prejuicios de la sociedad médica de la época. Sus recomendaciones son ignoradas deliberadamente e incluso se adoptan medidas contrarias por parte de algunos médicos enemistados con él.El desprecio de sus compañeros y su impotencia para hacerles comprender el beneficio de sus simples medidas sanitarias le afectó tanto que su mente se fue trastornando poco a poco.
No obstante, durante sus periodos de lucidez volvió a Hungría e instaló allí su propia clínica, donde aplicó, con gran éxito, las medidas higiénicas: ninguna mujer contrajo la temida enfermedad .Semmelweis quiso demostrar hasta su muerte que su tesis era cierta.Y a fe que lo hizo: un día, tras practicar una autopsia, se cortó adrede en un dedo con el bisturí. Poco después moría víctima de la enfermedad contra la que había luchado toda su vida, pero con la esperanza de que ello convencería definitivamente a la comunidad médica de la necesidad de adoptar medidas higiénicas en las intervenciones quirúrgicas.
Finalmente, años después, y tras publicarse los estudios de Louis Pasteur sobre los microbios, sus tesis fueron aceptadas, así como el concepto de limpieza y asepsia como remedio para evitar las infecciones, que causaban más muertes que las propias enfermedades y heridas.
Así y aunque parezca increíble, medidas higiénicas contra las infecciones (que hoy en día nos resultan tan cotidianas en cualquier hospital) tales como lavarse las manos, el uso de batas blancas (en las que es posible detectar enseguida cualquier tipo de suciedad), hervir los instrumentos quirúrgicos, o el uso de gasas escrupulosamente limpias, no fueron formalmente adoptadas hasta la segunda mitad del siglo XIX. Y gran parte del mérito se lo debemos a la sabia intuición, estudio, obstinación y sacrificio del buen doctor Ignaz Philipp Semmelweis.
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